jueves, 10 de febrero de 2011

79 EL PRANA Y LA FUERZA VITAL







Prana es la suma total de todas las energías contenidas en el Universo”. Un término muy amplio. Para los yoguis, el Universo está compuesto de Akasa, el éter cósmico, y del Prana, la energía. Cuando Prana actúa sobre Akasa, nacen todas las formas de la materia. Esta concepción corresponde en suma a la de nuestra física nuclear, que considera toda materia como energía “ordenada” o dispuesta de diversos modos. La ciencia no admite la noción de éter- ¡provisoriamente al menos!

Cuando escribimos Prana con mayúsculas, designamos a esta Energía Cósmica tomada en conjunto, y prana con minúscula indicará su manifestación. Por lo tanto, Prana es la energía universal indiferenciada, y prana la energía diferenciada, manifestada en cualquier forma. El magnetismo es una manifestación del prana, así como el electromagnetismo y la gravitación. Todo lo que se mueve en nuestro Universo es manifestación del Prana: gracias al Prana el viento sopla, tiembla la tierra, se abate el hacha, despega el avión, estalla la estrella y piensa el filósofo. El Prana es universal. Existimos en un océano de prana del que cada ser viviente es un torbellino. Los yoguis afirman que lo que caracteriza a la vida, es su capacidad de atraer prana a sí, de acumularlo y de transformarlo para actuar en el medio interior y en el mundo exterior.

El lector podría preguntarse por qué utilizo el término “Prana” más bien que el de “Energía”. Para nosotros, occidentales, el término “Energía” es un concepto menos amplio y demasiado material. Para el yogui, el mismo pensamiento es una forma más sutil de prana, en tanto que para el occidental la energía es algo completamente diferente. Nuestra energía es, digámoslo, demasiado industrial. Según los yoguis, el prana está presente en el aire, y sin embargo no es ni él oxigeno, ni el nitrógeno, ni ninguno de lo componentes químicos de la atmósfera. El prana existe en los alimentos, en el agua, en la luz solar, y sin embargo no es ni las vitaminas, ni el calor, ni los rayos ultravioletas. El aire, el agua, los alimentos, la luz solar sirven de vehículo al prana, del cual depende toda la vida animal e incluso vegetal. El prana penetra todo el cuerpo, incluso ahí donde el aire no logra entrar. El prana es nuestro verdadero alimento, porque sin prana no es posible ninguna vida. El mismo dinamismo vital sólo sería una forma particular y sutil del prana que llenaría todo el Universo. La vida latente empaparía así todo el cosmos, y, para manifestarse en el plano material, el espíritu se serviría del prana para animar al cuerpo y sus diversos órganos. ¡Hasta aquí no vamos muy en contra de las teorías occidentales modernas! Sin embargo, los yoguis van más allá de la afirmación de la existencia de esta energía- que ningún físico nuclear negaría.

Los Rishis proclaman- y esto forma la base misma del yoga- que el prana puede ser almacenado y acumulado en el sistema nervioso, más especialmente en el plexo solar. Acentúan además esta NOCIÓN CAPITAL Y ESENCIAL, a saber: que el yoga nos da el poder de dirigir a voluntad esta corriente de prana mediante el PENSAMIENTO. El yoga proporciona así un acceso consciente y voluntario a las fuentes mismas de la vida.
Prana= la suma total de las energías del Universo. Prana no es ni el magnetismo, ni la gravitación, ni la electricidad, sino que estos diversos fenómenos son manifestaciones del prana universal. Estamos envueltos en Prana.

Prana se manifiesta dondequiera haya movimiento en el Universo. Los movimientos más tenues, como los de los electrones alrededor del núcleo atómico, pasando por la fuerza muscular y la coz del bruto, constituyen otras tantas manifestaciones del Prana Universal. La vida, la fuerza vital”, es una manifestación como las demás. He aquí algunos párrafos extraídos del libro de Hufeland, publicado a comienzos del siglo XIX, “ El arte de prolongar la vida del hombre”, que encierra ideas ideas asombrosamente cercanas a las concepciones yóquicas expuestas anteriormente: “¿Qué es la vida? ¿Qué es la fuerza vital? Pertenecen estas cuestiones al gran número de las que encontramos a cada paso al estudiar la Naturaleza. Simples en apariencia, no se refieren sino a fenómenos muy ordinarios, a hechos de lo que somos testigos cada día y, sin embargo, es muy difícil responderlas. En cuanto un filósofo emplea la palabra fuerza, podemos estar seguros que se encuentra embarazado, porque explica una cosa, mediante una palabra que es a su vez un enigma.

En efecto, ¿se ha logrado hasta hoy asignar una idea clara a esta palabra “fuerza”? Sin embargo, así es como se han introducido en física una infinidad de fuerzas, tales como la gravitación, la atracción, la electricidad, el magnetismo, etc., que no son en el fondo otra cosa que la “X” de los matemáticos, es decir, la incógnita que buscamos. Sin embargo, necesitamos signos para representar cosas cuya existencia no podemos negar, pero cuya esencia es incomprensible; diría nuevamente la palabra fuerza, previniendo, sin embargo, que no pretendo de modo alguno decidir si lo que llamamos fuerza vital es una materia particular o sólo una propiedad de la materia.

“La fuerza vital es, sin lugar a dudas, una de las más generales, de las más poderosas y de las más incomprensibles de la Naturaleza. Todo lo llena y todo lo mueve. Probablemente es la fuente de todas las demás fuerzas del mundo físico, o por lo menos del mundo orgánico. Ella es quien produce, conserva y renueva todo, y quien, después de tantos millares de años, hace reaparecer en cada primavera a la creación tan brillante y tan lozana como cuando salió de manos del Creador. Verdadero soplo de la divinidad, es inagotable e infinita como ésta. Por fin, es ella quien, perfeccionada y exaltada por una organización más perfecta, inflama el principio del pensamiento y del alma, y da al ser racional no sólo la existencia, sino también el sentimiento y los goces de la vida, porque he observado siempre que el sentimiento que se tiene del precio y de la dicha de la existencia está en razón de la mayor o menor energía de la fuerza vital, y que así como una cierta sobreabundancia de vida dispone mejor a todos los placeres, a todas las empresas, y hace encontrarle más encanto a la vida, así también, por el contrario, no hay nada más apto que una falta
de fuerza vital para producir este disgusto y este fastidio de la vida que por desgracia caracteriza demasiado bien a nuestro siglo.

Cuando se estudia con cuidado los fenómenos de la fuerza vital en el mundo organizado, logramos descubrir en ella las siguientes propiedades y leyes: la fuerza vital es el agente más sutil, más penetrante y más invisible que hasta el presente hayamos conocido en la Naturaleza; sobrepasa incluso, al respecto, a la electricidad y al magnetismo, con los que parece, por lo demás, tener gran analogía bajo otros aspectos. Aunque penetra todos los cuerpos, hay, sin embargo, modificaciones de la materia con las que parece tener más afinidades que con otras, se une a ellas más íntimamente y en mayor cantidad y se identifica en cierto modo con ellas. Llamamos a esta modificación de la materia “estructura orgánica”, o simplemente organización, y damos el nombre de organizados a los cuerpos que la poseen, es decir, los vegetales y los animales. Esta estructura orgánica parece constituida por una cierta disposición por una cierta mezcla de las partículas más desligadas, y a este respecto encontramos una analogía sorprendente entre la fuerza vital y el magnetismos… La fuerza vital puede existir en estado libre o latente, y bajo este aspecto tiene mucha analogía con lo calórico y la electricidad”

martes, 8 de febrero de 2011

78 NATURALEZA DE LA VIDA








La vida se originó en nuestro planeta luego de que enormes cantidades de polvo cósmico cargadas de átomos y moléculas, provenientes del espacio interestelar, fueron depositadas en los mares del planeta recién formado. En forma de compuestos de hidrógeno, agua, formaldehído y amonio, millones de moléculas irradiadas por la luz, rayos cósmicos, ultravioleta, infrarrojos y otros, se mezclaron en su superficie creando una especie de "caldo de cultivo" que fue cocido por las altas temperaturas del planeta, apenas en enfriamiento, en un proceso que tomó millones de años.

A medida que estas moléculas primordiales de la vida interactuaron entre si, generaron una serie de reacciones químicas que produjeron moléculas cada vez más complejas. Estas moléculas más grandes se convirtieron a la postre en los primeros "bloques de construcción" de las formas más primitivas de vida en la tierra. Ayudadas por la introducción del borato en la mezcla primaria, las moléculas provenientes del espacio exterior reaccionaron para formar la ribosa, un tipo de azúcar con cinco átomos de carbono y a una serie de estructuras moleculares aun más complejas, llamados nucleótidos: adenina (A), güanina (G), citosina (C) y uracilo (U) que son el "alfabeto genético" de una sustancia llamada el RNA o acido ribonucleico.

La aparición de una molécula a base de carbono trajo como consecuencia la formación de materia orgánica capaz de asociarse para formar "organismos" vivos como pasó con algunas formas de RNA que adquirieron la capacidad de autorreplicarse y por lo tanto de multiplicar exponencialmente su cantidad hasta que alguna de ellas, en su variedad de mezclas, dieron origen al material constituyente del ADN, la molécula de la vida por excelencia. Con el ADN apareció la herencia de la vida: la capacidad de traspasar la información y el "conocimiento molecular" a su generación siguiente, garantizando así la continuidad del proceso. Luego, estas moléculas orgánicas adquirieron la propiedad de sintetizar otras nuevas hasta que lograron construir una barrera o membrana que las separaba del medio exterior y les permitía una interacción selectiva con él. Así se formaron los primeros organismos vivos individuales, la primera forma de vida independiente y autorreplicativa: la célula.

La célula es una estructura compleja autosuficiente, lo que quiere decir que una célula come, crece, elimina sus desechos, respira y se reproduce por si sola. Existen organismos donde todo su cuerpo está representado por una sola célula. Pero resulta más mucho más fácil sobrevivir en un mundo hostil si compartimos el trabajo con otros individuos en vez de hacer todo uno mismo. Cada grupo de célula cumple un determinado rol dentro del conjunto, todas juntas funcionan como una sola entidad (formada por distintos individuos). Fue cuestión de tiempo para que muchas células se asociaran formando organismos de mayor tamaño y complejidad que a su vez fueron creando tejidos hechos de células que se fueron diferenciando y especializando en sus funciones especificas, como el manejo del agua y las sales, tejidos contráctiles o estructurales, tejidos de soporte o tejidos de conducción eléctrica. Surgieron entonces los órganos, como el sistema nervioso, el músculo cardíaco, el tejido renal y hepático, el hueso, etc. Aparecieron, según el camino evolutivo, los reinos vegetal y animal con sus diferentes especies, familias y ordenes.

Somos por consiguiente, en lo que respecta a nuestra estructura física corporal, una gran masa de células organizadas en órganos y sistemas, muy diferentes entre sí. Pero, todas ellas (no importa su clase, su forma ni su función y ni siquiera la forma de vida que la contiene, bacteriana, vegetal o animal) están hechas de las mismas moléculas que a su vez se originan de la mezcla de la misma clase de átomos. Las células son como pequeños lagos acuosos a manera de espejos lisos, brillantes y templados que poseen sales (y por tanto iones) y moléculas de proteínas (cargas eléctricas) en su interior. Una clase particular de moléculas, que conforman los genes, son las responsables de albergar en ellas todas las historias evolutivas de nuestros antepasados. Quiere ello decir que las células contienen la información ancestral que llamamos hereditaria.

Cuando en el transcurso de nuestra vida aparecen el temor, el miedo, la ira y otra serie de emociones afines, se producen en nosotros reacciones químicas que conllevan a que en la sangre se viertan, desde nuestras glándulas (las suprarrenales, por Ej.), grandes cantidades de hormonas como la adrenalina, el cortisol y otras, que viajan por el torrente circulatorio y bañan a todas las células del organismo trasmitiendo la información de esa emoción. Los efectos son devastadores para ellas: consumen sus reservas de energía, alteran el equilibrio de los iones y sales y pierden agua. Dicho de otra manera: los espejos celulares se deforman arrugándose o hinchándose en demasía, perdiendo su consistencia, su brillo y con ello su equilibrio. Tal deformidad hace que la propia célula produzca unas moléculas internas que son trasportadas, por una serie de canales que tiene en su membrana, a las células contiguas, como si fuera un mensaje de alerta que se multiplica exponencialmente a su alrededor y que altera profundamente el metabolismo interno.
Así el miedo se vuelve químico y se arraiga en miles de millones de células en todos los órganos. Tal es la magnitud del “miedo celular” que se activa un programa, un software de autodestrucción que viene en los archivos de la historia genética llamado el mecanismo de la apoptosis (o muerte celular programada).
Por su acción, se puede decir que la célula se suicida como una manera de evitar la propagación del desequilibrio más allá de sus fronteras. Al menos ese es el propósito. Pero cuando la apoptosis es masiva son millones de células que fenecen a una velocidad mucho mayor que la que tiene el cuerpo para reemplazarlas. Ese es el origen del envejecimiento. Y si son células del sistema nervioso, mucho más lentas y difíciles de reponer, sumada a la pérdida de tejidos vivos en todo el organismo, el resultado no es otro que la dolencia y luego de ella la enfermedad.

Por otra parte, las células que no llegan a morir pueden ser restauradas en su equilibrio por medio de medicamentos, nutrición celular con vitaminas, minerales y microelementos (alimentación sana), ejercicios musculares, meditación y estados de vida armónica como la risa, la sonrisa, el abrazo, la voluntad, el compartir y otros más. Y todo lo anterior, aunque de diferente manera, tiene un solo efecto: Las células están formadas por moléculas, millones de cristalitos vibrantes, puros e inocentes, susceptibles de ser programados, reprogramados, alineados y polarizados por medio de algún factor interno (espiritual) o externo (el medio ambiente) que les brinde la capacidad de ejercer su función en el cuerpo.

Todas las formas de vida comparten la misma estructura molecular y todas las formas de materia existente, viva o inerte, pertenezcan ellas a un vegetal, a un humano, a un planeta, a un cometa o a una estrella, estamos hechos de los mismos átomos y por tanto regidos por las mismas leyes físicas y químicas que determinan su comportamiento y su interacción. El punto que nos interesa de todo ello es que, siendo nosotros materia formada por estructuras atómicas y moleculares, en lo que respecta a nuestro cuerpo físico, estamos sujetos a las mismas fuerzas que gobiernan el comportamiento de toda materia en el universo: fuerzas gravitatorias, fuerzas de interacción nuclear fuerte y débil y fuerzas electromagnéticas. Así es fácil comprender, por lo tanto, por qué nuestro organismo genera corrientes eléctricas que son medibles (por Ej., en un electrocardiograma, un electroencefalograma, un potencial o voltaje superficial de la piel, etc.); y así, entendemos también, por qué poseemos "gravedad", expresada como el peso corporal que nos mantiene sujetos a la superficie de nuestro planeta.

Es fácil concluir, entonces, que es perfectamente factible que los campos eléctricos, magnéticos, gravitacionales; las energías y fuerzas atómicas, acústicas, lumínicas y vibracionales nos pueden afectar, mejorando o debilitando nuestras defensas. En conclusión, somos una masa conformada por átomos y moléculas que posee mente, pensamiento y conciencia de vida y que comparte los mismos elementos que construyen todo el universo y por tanto interactuamos con sus fuerzas y con él mismo, a través de ellas, formando un solo todo integrado, holístico.