martes, 8 de febrero de 2011
78 NATURALEZA DE LA VIDA
La vida se originó en nuestro planeta luego de que enormes cantidades de polvo cósmico cargadas de átomos y moléculas, provenientes del espacio interestelar, fueron depositadas en los mares del planeta recién formado. En forma de compuestos de hidrógeno, agua, formaldehído y amonio, millones de moléculas irradiadas por la luz, rayos cósmicos, ultravioleta, infrarrojos y otros, se mezclaron en su superficie creando una especie de "caldo de cultivo" que fue cocido por las altas temperaturas del planeta, apenas en enfriamiento, en un proceso que tomó millones de años.
A medida que estas moléculas primordiales de la vida interactuaron entre si, generaron una serie de reacciones químicas que produjeron moléculas cada vez más complejas. Estas moléculas más grandes se convirtieron a la postre en los primeros "bloques de construcción" de las formas más primitivas de vida en la tierra. Ayudadas por la introducción del borato en la mezcla primaria, las moléculas provenientes del espacio exterior reaccionaron para formar la ribosa, un tipo de azúcar con cinco átomos de carbono y a una serie de estructuras moleculares aun más complejas, llamados nucleótidos: adenina (A), güanina (G), citosina (C) y uracilo (U) que son el "alfabeto genético" de una sustancia llamada el RNA o acido ribonucleico.
La aparición de una molécula a base de carbono trajo como consecuencia la formación de materia orgánica capaz de asociarse para formar "organismos" vivos como pasó con algunas formas de RNA que adquirieron la capacidad de autorreplicarse y por lo tanto de multiplicar exponencialmente su cantidad hasta que alguna de ellas, en su variedad de mezclas, dieron origen al material constituyente del ADN, la molécula de la vida por excelencia. Con el ADN apareció la herencia de la vida: la capacidad de traspasar la información y el "conocimiento molecular" a su generación siguiente, garantizando así la continuidad del proceso. Luego, estas moléculas orgánicas adquirieron la propiedad de sintetizar otras nuevas hasta que lograron construir una barrera o membrana que las separaba del medio exterior y les permitía una interacción selectiva con él. Así se formaron los primeros organismos vivos individuales, la primera forma de vida independiente y autorreplicativa: la célula.
La célula es una estructura compleja autosuficiente, lo que quiere decir que una célula come, crece, elimina sus desechos, respira y se reproduce por si sola. Existen organismos donde todo su cuerpo está representado por una sola célula. Pero resulta más mucho más fácil sobrevivir en un mundo hostil si compartimos el trabajo con otros individuos en vez de hacer todo uno mismo. Cada grupo de célula cumple un determinado rol dentro del conjunto, todas juntas funcionan como una sola entidad (formada por distintos individuos). Fue cuestión de tiempo para que muchas células se asociaran formando organismos de mayor tamaño y complejidad que a su vez fueron creando tejidos hechos de células que se fueron diferenciando y especializando en sus funciones especificas, como el manejo del agua y las sales, tejidos contráctiles o estructurales, tejidos de soporte o tejidos de conducción eléctrica. Surgieron entonces los órganos, como el sistema nervioso, el músculo cardíaco, el tejido renal y hepático, el hueso, etc. Aparecieron, según el camino evolutivo, los reinos vegetal y animal con sus diferentes especies, familias y ordenes.
Somos por consiguiente, en lo que respecta a nuestra estructura física corporal, una gran masa de células organizadas en órganos y sistemas, muy diferentes entre sí. Pero, todas ellas (no importa su clase, su forma ni su función y ni siquiera la forma de vida que la contiene, bacteriana, vegetal o animal) están hechas de las mismas moléculas que a su vez se originan de la mezcla de la misma clase de átomos. Las células son como pequeños lagos acuosos a manera de espejos lisos, brillantes y templados que poseen sales (y por tanto iones) y moléculas de proteínas (cargas eléctricas) en su interior. Una clase particular de moléculas, que conforman los genes, son las responsables de albergar en ellas todas las historias evolutivas de nuestros antepasados. Quiere ello decir que las células contienen la información ancestral que llamamos hereditaria.
Cuando en el transcurso de nuestra vida aparecen el temor, el miedo, la ira y otra serie de emociones afines, se producen en nosotros reacciones químicas que conllevan a que en la sangre se viertan, desde nuestras glándulas (las suprarrenales, por Ej.), grandes cantidades de hormonas como la adrenalina, el cortisol y otras, que viajan por el torrente circulatorio y bañan a todas las células del organismo trasmitiendo la información de esa emoción. Los efectos son devastadores para ellas: consumen sus reservas de energía, alteran el equilibrio de los iones y sales y pierden agua. Dicho de otra manera: los espejos celulares se deforman arrugándose o hinchándose en demasía, perdiendo su consistencia, su brillo y con ello su equilibrio. Tal deformidad hace que la propia célula produzca unas moléculas internas que son trasportadas, por una serie de canales que tiene en su membrana, a las células contiguas, como si fuera un mensaje de alerta que se multiplica exponencialmente a su alrededor y que altera profundamente el metabolismo interno.
Así el miedo se vuelve químico y se arraiga en miles de millones de células en todos los órganos. Tal es la magnitud del “miedo celular” que se activa un programa, un software de autodestrucción que viene en los archivos de la historia genética llamado el mecanismo de la apoptosis (o muerte celular programada).
Por su acción, se puede decir que la célula se suicida como una manera de evitar la propagación del desequilibrio más allá de sus fronteras. Al menos ese es el propósito. Pero cuando la apoptosis es masiva son millones de células que fenecen a una velocidad mucho mayor que la que tiene el cuerpo para reemplazarlas. Ese es el origen del envejecimiento. Y si son células del sistema nervioso, mucho más lentas y difíciles de reponer, sumada a la pérdida de tejidos vivos en todo el organismo, el resultado no es otro que la dolencia y luego de ella la enfermedad.
Por otra parte, las células que no llegan a morir pueden ser restauradas en su equilibrio por medio de medicamentos, nutrición celular con vitaminas, minerales y microelementos (alimentación sana), ejercicios musculares, meditación y estados de vida armónica como la risa, la sonrisa, el abrazo, la voluntad, el compartir y otros más. Y todo lo anterior, aunque de diferente manera, tiene un solo efecto: Las células están formadas por moléculas, millones de cristalitos vibrantes, puros e inocentes, susceptibles de ser programados, reprogramados, alineados y polarizados por medio de algún factor interno (espiritual) o externo (el medio ambiente) que les brinde la capacidad de ejercer su función en el cuerpo.
Todas las formas de vida comparten la misma estructura molecular y todas las formas de materia existente, viva o inerte, pertenezcan ellas a un vegetal, a un humano, a un planeta, a un cometa o a una estrella, estamos hechos de los mismos átomos y por tanto regidos por las mismas leyes físicas y químicas que determinan su comportamiento y su interacción. El punto que nos interesa de todo ello es que, siendo nosotros materia formada por estructuras atómicas y moleculares, en lo que respecta a nuestro cuerpo físico, estamos sujetos a las mismas fuerzas que gobiernan el comportamiento de toda materia en el universo: fuerzas gravitatorias, fuerzas de interacción nuclear fuerte y débil y fuerzas electromagnéticas. Así es fácil comprender, por lo tanto, por qué nuestro organismo genera corrientes eléctricas que son medibles (por Ej., en un electrocardiograma, un electroencefalograma, un potencial o voltaje superficial de la piel, etc.); y así, entendemos también, por qué poseemos "gravedad", expresada como el peso corporal que nos mantiene sujetos a la superficie de nuestro planeta.
Es fácil concluir, entonces, que es perfectamente factible que los campos eléctricos, magnéticos, gravitacionales; las energías y fuerzas atómicas, acústicas, lumínicas y vibracionales nos pueden afectar, mejorando o debilitando nuestras defensas. En conclusión, somos una masa conformada por átomos y moléculas que posee mente, pensamiento y conciencia de vida y que comparte los mismos elementos que construyen todo el universo y por tanto interactuamos con sus fuerzas y con él mismo, a través de ellas, formando un solo todo integrado, holístico.
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