sábado, 5 de junio de 2010
25 MANIFIESTO - Revolucionario Siglo XXI
Por los claros signos evidenciados en las últimas décadas del Siglo XX, tanto en el campo de la ciencia como de la espiritualidad, el actual Siglo XXI se vislumbra como un siglo revolucionario que cambiará los rumbos del conocimiento y de las acciones de la Humanidad.
Para enfrentar con éxito los nuevos desafíos se hace necesario renovar la conciencia. De un tiempo a esta parte pareciera que la razón más que una facultad superior del hombre, se hubiera convertido, como decía G.Papini, en un mero diseño de argumentos estereotipados, simétricos; la filosofía, sólo expresiones dialécticas de ciertos hombres, pero en ningún caso la expresión unitaria de la sabiduría universal; la metafísica, sólo formulaciones diversas reducibles a un puro concepto místico. Da la impresión que todo se hiciera para justificar las necesidades de unos pocos, sus sentimientos y prejuicios, por eso hasta los principios considerados más inviolables se notan contradictorios.
Todo parece acomodado a los intereses personales o de grupo: eso está malo.... esto es bueno..., certidumbre por acá...error más allá..., verdad por este lado...falsedad por el otro... Esto inclina a pensar que la única realidad es la que vive cada uno ahora, en este momento. Que se hace necesario librarse de las costras de las ideas arcaicas y que cada uno, renovándose a si mismo, comience a respirar el aire puro de la libertad, que empiece a mirar las cosas desnudas de prejuicios, saboreando la sencillez del instante, aunque éste sea fugaz. Se hace necesario para enfrentar los nuevos tiempos que ya han comenzado, que cada uno libere su conciencia y crea en si mismo porque la necesidad de cambiar este estado de cosas es urgente. Hay que confiar en el propio valer y en el fondo de bondad de cada uno, en el Cristo interno que yace en la mente-corazón de todos. No existe otra forma de prepararse para los mundos que están por descubrirse, las verdades que han de revelarse, los muros que habrán de caer.
Convenzámonos que la única forma de renacer y abrirnos a un mundo nuevo es, como bien decía Giovanni Papini, “quitándonos el manto de las religiones, la chaqueta de las filosofías, la camiseta de las doctrinas, la corbata asfixiante de los métodos tradicionales, los zapatos de la lógica y los calzoncillos de la moral. Se hace necesario rasparse la piel, limpiarse el alma, desinfectarse la mente, tirarse al agua pura y cristalina y volverse de nuevo niños, inocentes y naturales, tal como salimos del vientre de nuestra madre. Todo lo que nos cubre: costras, vestimentas, máscaras, son nada más que eso: costras, vestimentas, máscaras que artificialmente hemos recibido del mundo para mimetizarnos con el rebaño. Nos son nada substancial, no pertenecen a nuestra particular e íntima naturaleza, por eso es posible desintegrar las costras, sacarse las vestimentas, romper las máscaras, y quedar con el esqueleto desnudo, indestructible y esencial de la verdad interior, porque todo lo que hoy está cubriendo ese esqueleto es inesencial, relativo, transitorio, es sólo una caparazón de vanidad"
Tenemos la obligación de salir de nuestra condición de parásitos y vivir una vida esencialmente nuestra en lo sensitivo y social, lo que significa volver a nacer, transformarse en una nueva persona, alcanzando por primera vez el conocimiento intuitivo natural que nos brinda nuestra propia experiencia, sin cortapisas de ningún tipo. No el mero conocimiento intelectual que restringe a límites pre-establecidos, sino el amplio conocimiento que nos reconoce a todos como hermanos, hijos del mismo Padre, donde no hay diferencias sociales ni de credos religiosos, ni dogmas, ni doctrinas de hombres, fundando nuestro propio y auténtico lenguaje amasado en la fe, el amor y la esperanza.
De este modo las cosas adquirirán un nuevo y original sabor, otro sonido y tono, otro significado más personal, más íntimo y auténtico, y así cuando nos rodeen las sombras, hablaremos de luz, y cada vez que pronunciemos una simple palabra, como “mar”, por ejemplo, sentiremos un mar nuestro, no el mar que ven todos, ni el de las postales, ni el de los libros, sino “nuestro” mar, el que saboreamos hoy, despojado de toda valoración o sentimiento ajeno a nosotros, un mar singular, diferente cada día.
No es posible que nuestra fuerza interior sea tan pobre, que esté tan empequeñecida como para sentirnos, por comodidad, conformes con todo lo que se nos da ya digerido, porque es una tradición, una costumbre compartida por décadas por todos. No es posible seguir aceptando un mundo cuyos ideales, preceptos y principios morales más socorridos se acomodan todos a los intereses imperantes. Es urgente construir una realidad diferente, más transparente, más original, más nuestra. Reaccionar contra los hábitos, las ideas inductivas, contra lo fijo, lo estandarizado, lo regular. Contra todas esas cosas futiles de lo tradicional, la lógica mundana, la ética interesada, las normas estereotipadas de comportamiento, los fetiches religiosos, los métodos prudentes, las virtudes de clase media, la publicidad engañosa y las creencias insensatas.
La palabra que se ha de pronunciar es LIBERACIÓN, liberación de todas esas esclavitudes, de ayer y de mañana, de todo los que nos mantiene atados al materialismo consumista imperante que nos impide despegar y alzar la vista hacia lo superior. El cambio de sentido que se le quiera dar a la vida no puede ser parcial; siendo el hombre un ser integral constituído por elementos físico-químicos, anatómicos, fisiológicos, intelectuales y metafísicos; que se desenvuelve en un mundo afectado por lo moral, artístico, religioso y social, su renovación deberá ser total. No se puede hablar de auténtico desarrollo humano, si no se provoca un mejoramiento paulatino de todas las facultades, tanto físicas, como intelectuales y espirituales. El cambio de nuestro mundo y del mundo en general está en nuestras manos.
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